I
Muchas
noches han pasado,
Desde
aquellos días tan Tintoretos.
Donde yo y
mis amigos con estrambóticos deseos,
Partíamos en
busca de libertinaje y desenfreno.
Dormíamos en
la barra del bar.
Hasta que la
aciaga escoba,
De nuestros
sueños,
Nosotros,
Sumidos en
el profundo trance,
De drogas
irrecordables,
Como ratas,
Nos quiso
echar.
Odié la
escoba mil veces,
Y extrañé la
saliva,
Absorbida,
Por la
madera y el barniz.
Y desde este
palco,
Tarima,
Si gustan en
decir,
Una de esas
historias de borracho
Les quiero
compartir.
II
Lugar de culto
Es la posada
de don Rivero.
Lugar vetado
A ingenuos y
aduladores.
Solo grato
para genios
Doctos
vividores.
¡Qué corra
el néctar!
-Le dicen a
don Rivero-
Y él tiende
a rellenar el mandato.
Cumpliendo
copas,
Y gastando
los barriles huraños.
Putas de todos
los rincones,
Saludan
desde los balcones,
De la posada
de don Rivero,
A los
paseantes,
Monjes,
Y señores
con dinero.
Más ellas,
Doctoras de
las artes del cuerpo,
Tienden a
recitar poesía,
Desde
Horacio
A Quevedo.
En la noche
parda,
Ya asoma el
día.
Los poetas,
Bañan en
sangría,
Sus plumas
en el tintero.
Esperando,
Que los
dioses del pasado,
Y las musas
de los balcones,
De la posada
de don Rivero,
Hagan
nutrirse
Sus manos y
cerebros,
De los
poemas más diestros
Y de los
ensayos más bellos.
III
Pues en esa
noche parda,
De esas en
las que yo vivía,
Conocí ese
sabor,
Que aparece
una vez en la vida.
Una mujer
inefable,
Que,
con tanto
esmero,
Intentaré
describir:
Dedos tiene
De patas de
araña.
Tiene pecas
en los codos,
En los
dedos,
En la nariz,
En el cuello,
Hasta en las
entrañas.
Bella es
para mí,
Toda su
estructura,
Y la
matemática de su cuerpo
Posee sumas,
Y compases
sin agujas.
No tiene
fisuras.
IV
Y cuando
ella que,
Me busca y
me viene,
Con paso
lento,
Y ademán de
osadía
Pensaría que
algún día,
Yo fuera más
feliz.
Pero ella
galana se equivoca,
Y con hojas
de parra en su boca,
Y un violín,
Estas
palabras dije,
Y con esto a
mi historia pongo fin:
Empecé,
A sentirme
parte de ti,
Cuando
ahogaste tus penas,
En aquella
copa de vino.
Desde aquel
instante,
Estuvimos,
Embriagados
durante varios meses.
Tú me
bebías,
Y yo me
dejaba beber.
Pues,
Yo con el
vino,
Mal no hago
a nadie,
Sino a mí.
Y me quedé
dormido,
Ahí,
Donde los
sueños habitan:
Bajo la
madera y el barniz.
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