Siempre me ha gustado masturbarme. Lo adoro. La erección, la
mano posándose sobre las venas hinchadas, el movimiento testicular.
Oigo los tambores del trirreme, que en un sonido menguante
ascienden a crescendo a medida que avanzo. Las notas contaminan todo el cuerpo,
y al tempo le siguen los pulmones, el corazón y los bellos de mi piel
rizándose.
La mejor parte es momentos previos al gran final, cuando en
mi cabeza y en todo mi cuerpo se siente un calor sofocante, pero, la ventana está
abierta, y una discreta ráfaga de aire entra por ella, y me enfría la
cabellera. Después, ese frescor, llega a la frente y hiela las gotas de sudor.
Y con los ojos cerrados, veo a mi musa en su habitación. Sus paredes son
blancas, el gran pene corintiano es blanco, las cortinas son de lino al igual
que las almohadas y nuestros cuerpos pálidos. Ella está encima mía, su pelo
brinca travieso y chocan cabellos con cabellos y se enredan.
Pronto, ella me mira y sonríe, su sonrisa es contagiosa,
pues yo también deseo alegrarme, y lo hago. Alza su cabeza al techo y gime en
un éxtasis mientras aún sostiene su nota andante.
Ya he acabado. Suelto el pene y lo dejo caer sobre mi
barriga, noto como las gotas están dispersas y forman una figura geométrica
perfecta. El calor desaparece, y desaparece la brisa. Y entonces, todo vuelve a
ser normal. Y lo único que deseo es volver a su palacio, donde tanto el sol
como el aire también comparten lecho con nosotros.
Considero que mucho se suele contar a cerca de la masturbación y momentos previos a ella.. con cierta nostalgia y anhelo yo también siento deseos de volver a disfrutar del acto que hace ya tanto me parece haber disfrutado..
ResponderEliminarSublime y a la vez aterrador.