Parecía una mujer que le gustara la lluvia fría. A mí
también me gusta.
A cuatro metros nos encontrábamos el uno del otro: yo, con
mi gabardina y mi boina en la mano. Ella, con un pantalón vaquero y con sus
zapatos colgando de sus dedos.
Ambos, con el pelo mojado y las mejillas heladas. En
nuestras narices colgaba de una pértiga una gota del diluvio. Mirábamos al
cielo, aunque a veces nos observábamos a escondidas. Nos preguntábamos:
"¿Cómo sería ser una gota de agua fría que cae del cielo?".