Adoro la juventud, pero añoro el
día que no he añorado todavía en el que ya me encuentre viejo. Viejo, con barba
invernal y cabello escaso pero suelto. Ropa de seda, colgante, que acaricia mi
piel con cada movimiento que ejecuto. Tomaré mi finiquito y todos mis ahorros y
me compraré un viñedo en la Toscana italiana o en la Lot-et Garonne. Nunca he
visto de joven ese paisaje extraordinario, que solo puedo describir como un
oasis desértico y frondoso, alejado del ruido de lo moderno. Una puerta hacia
lo antiguo, donde el color y el olor del vino es el vivo retrato de aquel
paisaje. Casas de ladrillo con tejas rotas que crían musgo y nidos. Poderosos
puentes peraltados que suben y bajan. Sobrevuelan los ríos de aguas dulces que
el sol les confiere paletas de los pigmentos más naturales. Se reflejan los
árboles de la viña, la bicicleta que va al mercado, la muchacha que maneja, y
tiene su pelo sujeto por una bandolera del color de las castañas mezcladas con
la pinocha seca, y el amado, que con una mueca alegre se apoya y agarra a su
costado.
Y me imagino el día en el que,
sentado en mi porche, donde el candente sol del mediodía impacte contra la mesa
y rebote en mi rostro. Pero yo ya estaré acostumbrado, y no apartaré la mirada
de las colinas ni de los sonidos traídos por el viento. Escucharé un sonido
antiguo de mi juventud, mis nietos e hijos han venido de visita. Vienen todos
los años. Los primos juegan y se pelean. Mis “quitatristezas” se sientan
conmigo en la mesa, les sirvo mi mejor vino y unas uvas mezcladas con almendras.
Ellos cierran los ojos y se tapan la cara, porque el sol candente del mediodía
choca en la mesa, y rebota en sus semblantes. Fumaré, porque se me está
permitido fumar. Desde que abandoné mi tierra, no he vuelto al médico. En mi
Château, no tengo armarito de las medicinas, solo una gran despensa con carne,
frutas, verduras y, sobre todo, mucho vino. Algunos son baratos, otros, los más
caros, los guardo para cuando escribo. Con mi vieja libreta en la bandolera,
que cuelgo del hombro entre vecera, escribo poesía y relatos cotidianos. Ya no
escribo para los demás, y yo soy mi único lector, crítico y autor. Por las
noches, cuando el frío avienta mis huesos, en mi cama calmado releo lo escrito
y recuerdo mi texto que hablaba de los oasis de las toscanas. Pero esperaré,
todavía tengo que ahorrar y todavía tengo hijos que engendrar. Sin embargo,
esto, te lo escribo a ti. A ti, la sin nombre por ahora, que pasea
despreocupada del vendaval que es mi persona. Sin tu presencia no quiero
puentes ni sol que choca en la mesa y rebota en mis ojos. Tu eres la joven de
la bicicleta, y yo el que va montado tras tuya.